Cuando era chica siempre soñaba con ir al Cosquin Rock. Escuchaba con mi hermano las
transmisiones con un radiograbador, sentados los dos alrededor del aparato en
la habitación que compartíamos, con el volumen bajo para que no nos reten, y elegíamos
algunas canciones para grabar sobre un cassette robado a mi mama, al que se le
ponía un pedacito de papel en las ranuritas para poder grabarle encima. Más
adelante, cuando tuvimos computadora con internet en casa, veíamos el festival
por la web. Y todos los años nos hacíamos la misma promesa: que al año siguiente
estaríamos allí. Lamentablemente, al año siguiente nos volvíamos a encontrar
ahí, delante del monitor de la pc, queriendo poder atravesar la pantalla y
aparecer en medio de toda esa gente, viendo en vivo a las bandas que
admirábamos.
El fin de semana pasado, feriado de Carnaval, pude
cumplir mi sueño de ir a Cosquin. Pero no al Cosquin Rock. Brancaleone y su
Armada hacían su propio festival. Es el festival de la música hecha con el
corazón, no con estadísticas, y donde la bandera que se enarbola ante todo es
la amistad.
El viaje empezaba el viernes en Uniclub, cuando parte de
La Armada fue a ver a los amigos de
Simon, Basta! que tocaban en la Fiesta Groovestock. Allí empezamos a sentir
todos juntos la emoción y ansiedad que nos venía acechando hacia semanas pero
ya era insoslayable. Al terminar el show, quienes viven en Capital dieron
alojamiento a los que vamos desde lejos. Yo recibí el amable hospedaje de Sari,
Nacho y Rato. Temprano por la mañana el sábado, junto con Sari y Cinthia nos
dirigimos hacia Corrientes y Av. 9 de Julio, punto de encuentro pactado para la
congregación de todos los locos que formaríamos parte del viaje en El
Aquilante. 7 AM arrancaba el vehículo, con Claudio al volante. El querido Ranyy
organizaría el viaje para luego despedirnos dese abajo y vernos partir. Nos reencontraríamos
con nuestro amigo la mañana siguiente, en Córdoba. Fueron 13 hs de ruta en
donde se paso por todos los estados. Emoción por el inicio de la travesía,
impaciencia por los cortes y embotellamientos, micro siestas, paradas para
estirar las piernas en estaciones de servicio fantasma. El viaje era la
oportunidad además para conocer a los
que se sumaban a la locura por primera vez y compartir entre todos mates,
historias, canciones y material de
lectura para pasar el rato.
Al bajar del micro en Bialet Masse, nos esperaba Romina
para guiarnos hacia la que sería la sede de la demencia. Con 4 niveles, pileta,
parrilla, patio y vista a un paisaje
privilegiado, la casa era mucho más de
los que todos esperábamos. Por triste que resultase, hubo que admitir que el
viaje duro más de lo planeado y ya no llegábamos a tiempo para ver a
Brancaleone tocar en las afueras del predio donde se llevaba adelante la
primera fecha del festival más federal del país. Algunos de nuestros amigos
tenían entradas para ingresar al Cosquin Rock, asique con amenaza de lluvia
incluida fueron a ver los shows incluidos en la grilla oficial. Los demás nos
quedamos organizándonos, haciendo compras iniciales, estableciendo pautas de
seguridad (ashimame la sheeja) y
compartiendo la cena juntos, mientras que en la sobremesa se sumarian empapados
los valientes que habían ido a ver a El Bordo, La 25, Charly García, entre
otros. 14 personas nos acomodamos para dormir esa noche. A la mañana siguiente,
las dos nenas que nos acompañaron en esta locura (y tienen más rock que muchos
destacables personajes del ambiente) nos despertarían con sus juegos y risas a
las 9 AM. Empezaba el día 2 de esta aventura.
La llegada de Ranyy y Santi, nuestros dos compañeros
faltantes, hizo sentir al grupo completo y así todos juntos los 16 pudimos
compartir un desayuno tranquilo, sin prisa y con muchos planes. Ya cerca del
mediodía y con las tareas distribuidas empezaba la acción. Porque todo bien con
el rock, el hipismo y el
laissez faire,
pero la organización y división de tareas facilitaría nuestra convivencia. La
mitad de nosotros se encargaría de las compras, mientras que la otra mitad se
quedaba en la casa preparando el almuerzo. En esta situación de viaje con amigos
todo es una experiencia particular. Todo dispara risas, bromas, anécdotas, y
aquellos más adeptos a la fotografía no dejarían pasar la oportunidad de captar
imágenes de semejantes maravillas naturales. De regreso en la casa, compartimos
un almuerzo rápido y La Armada partía rumbo al predio. Día 2 del CR, primer día
que veríamos a Brancaleone en el marco de este festival.

Claro que, el festival
fue Brancaleone, el Cosquin Rock para nosotros formaba parte de una periferia.
La caminata hacia el predio se hizo larga y a cada paso, con cada cartel con la
leyenda “COSQUIN” y una flecha indicadora de la dirección a tomar, la ansiedad
nos presionaba el pecho. Ya cerca, agudizábamos el oído esperando escuchar
algún acorde conocido, alguna de esas melodías por las que estábamos allí. No
recuerdo quien fue el primero en dar el grito de “tierra!”, pero sí recuerdo el
sentimiento de pensar: Yo también lo escucho! Es real! Y correr. Correr
con la mirada desorientada buscando la
fuente del sonido que nuestros odios captaban y nos guiaba hacia ellos. Correr
con nuestras caras mostrando la sonrisa más sincera que vi. Fue llegar, estar
frente a esos locos que hacen posible esta demencia y recién en ese momento
caer en la cuenta de que estaba cumpliendo mi sueño de disfrutar del festival más
grande: el festival que alegra mi alma y el de mis amigos, compañeros en esta
preciosa locura. Fue verlos y quedar paralizada unos segundos, mientras la
imagen que mis ojos captaban viajaba por mi sistema hasta llegar al corazón y
encontrarse con todos los sentimientos que esta banda despierta en mi, y junto
con la música y el sonido del canto y las risas de mis amigos salir de ese
estado de ensueño y entregarme junto a ellos al baile desenfrenado, al canto
desafinado y fuera de tiempo. Despegar los pies del suelo, de esta chata realidad,
y volar en el disfrute.

Quiso el destino que esta segunda fecha fuera más corta
de lo planeado. El clima parece no estar a favor del rock y la lluvia forzó a
la banda a desarmar el seteado, guardar los equipos y guarecerse para evitar
males mayores. No nos gusta tener que admitirlo, pero los elementos eléctricos
no entienden que nuestra voluntad es más fuerte que el mal clima y se les da
por arruinarse igual si les cae agua encima. Cosa é Mandinga.
Pero para nosotros, el rock no es solo música en vivo. Es
también compartir. Y si bien todo el viaje se trato de compartir, esa noche fue
una enorme demostración de lo bien que la podemos pasar si estamos juntos. La Armada volvió bajo la lluvia hacia la
casa, y prestos todos dieron inicio a los preparativos para la cena. Pizzas
caseras a la parrilla fue el menú. 34 personas fueron los convidados.
Instrumentos musicales por doquier. Alegría desbordante y, porque no decirlo
también, alcohol en demasía. Resulta difícil de explicar, pero figurate estar
rodeado por gente que adoras, la banda que admiras, comida rica, bebida en
cantidad justa para eliminar las inhibiciones y permitirte disfrutar. Esas
noches que no quisieras verles el fin. En este punto sería injusto no mencionar
que esta noche nació en mí la idea de escribir esto que ahora estoy publicando.
Fue gracias a las palabras de Pablo Nomdedeu y su voto de confianza en lo que
yo podría elaborar que a la mañana siguiente, mientras tomaba mates con mis
amigos y veía al Negro Jose, Canuto, Ranyy, Cata, Ana y Lucila tocando unas
canciones en el patio, que empecé a
elaborar mentalmente esto que hoy presento.
Era el mediodía del tercer día. Después de que los
últimos rezagados miembros de Brancaleone partieran hacia el predio para
cumplir con sus obligaciones con la banda, La Armada ultimaba detalles para
partir también al encuentro de la música. Sabe Dios si fue producto de la
borrachera de la noche anterior, el contacto excesivo con los zombies, el
ingenio floreciente de la comunidad brancaleonica o simplemente inspiración
divina, pero lo que ocurrió ese día marco un antes y un después en la historia
de La Armada. Un bidón de agua vacío, varias botellas de Fernet Branca, litros
de Coca Cola y algunas bolsas de hielo dieron origen a lo que fue el Fernet-Dispenser.
Cuando arribó La Armada con el bidón a cuestas y mientras algunos de los chicos
ponían manos a la obra al ritual del 70-30, veíamos la reacción de la gente que
miraba la escena con incredulidad y sabíamos que nuestro invento seria un factor
protagonista indiscutido de la tarde/noche. Uno de ellos. Porque otro de los personajes que ponían su nota de color
al evento eran los zombies. La Lic. Sara Odello define a los zombies como
personas que abandonan su estado humano para convertirse en estos seres que
vemos en los recitales, se nutren del rock y el alcohol, no son violentos ni
tienen maldad, por lo general su comportamiento suele ser gracioso para los
demás espectadores que aún se mantienen en estado humano, pero a veces pueden
generar momentos incómodos. Después de algunas clases con Odello, uno aprende a
reconocer a un zombie y cómo tratarlos. Este tercer día se trato sobre todo de
eso. De la banda tocando 7 hs, de escuchar las mismas canciones repetidas veces
pero siempre sentirlas de un modo diferente, del ritual alrededor del Fernet
–Dispenser, de cantar y bailar, de los zombies (el zombie travesti, el zombi
vendedor, el que se pega una siesta y no reacciona ni con una banda tocando
rock a su alrededor, e incluso hubo tres zombies que ofrecieron una escena poco
agradable pero muy memorable de porno bizarro) y de no entender cómo era
posible la armonía que se vivía entre tanto descontrol.

A medida que caía la oscuridad sobre todos nosotros,
comprendíamos que se acercaba el final de esta aventura y más parecía
encenderse en todos el fuego y la pasión por seguir. Veíamos a algunos de
nuestros compañeros caer en estado zombie, algunos bajaban la guardia ante el
cansancio y se apartaban para recuperarse y después retomar. Pasadas las 21 hs
del lunes, “Tenerte” fue la ultima canción de este BranCosquin ´14.
Abrazos, saludos, agradecimientos, y la despedida…. La
banda se embarcara ahora en una gira que los llevara a la tierra de la Virgen
de Guadalupe y el tequila, y no volveremos a verlos hasta su regreso en el mes
de abril. Pero La Armada sigue acá, siempre unida. De regreso en la casa,
pasaríamos la última noche en Córdoba todos juntos, aprovecharíamos la
pileta a la 1 de la mañana, compartiríamos
un asado (obra maestra de Manu, Ivi y Ranyy), algunos de nosotros (los que se
encontraban en estado zombie) pasaron al otro mundo, donde tocaron unas
canciones con Pappo y luego regresaron al estado humano llenos de rock. Y así
entre charlas, anécdotas, mates, fernet y cannabis, poco a poco algunos
miembros de La Armada se retiraban a descansar, otros se quedaban en estado de
vigilia hasta que la madrugada dio paso a la mañana del martes y hubo que
enfrentar la realidad de que era tiempo de partir.
Otras 13 hs de viaje. Otra vez cortes de ruta y embotellamientos.
Las clases del Profe (Thanks Coco!). Canciones de la mano de Tonchi, Ranyy,
Mati, y todo aquel que quisiera tomar potestad de la vihuela. Y sin más, la
noche cayó sobre nosotros y nos encontramos otra vez en Corrientes y 9 de
Julio. Despedirse de La Armada es como abandonar un hogar, pero siempre queda
la alegre consciencia de que nunca es un fin. Es un hasta luego. Hasta que a algún
loco se le ocurra invitar a juntada general. Hasta que nos volvamos a encontrar
en otra noche, otra Luna, otro bar…